Secuestrados por la nostalgia regulatoria
José Antonio Valenzuela Pivotes
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José Antonio Valenzuela
La generación que nos gobierna, que se autodefine como “progresista”, tiene una relación ambivalente con el cambio. Un progresista cree que el futuro inevitablemente va de la mano con el progreso, es por eso que suele mostrarse proclive al cambio y muestra cierto desdén a las tradiciones de su país.
Sin embargo, cuando se ha tratado de regular fenómenos nuevos, de aproximarse a la tecnología, el progresista se ha vuelto nostálgico, temeroso de esta nueva realidad que no comprende. La cuarta revolución industrial, que comenzó con el desarrollo del internet y cuyos productos crecen a ritmo exponencial día a día, ha hecho que estos cambios sean cada vez más frecuentes.
“Hay negocios rupturistas que proveen muchos puestos de trabajo; la insistencia del regulador nostálgico de volver al pasado puede agravar la compleja situación de un país que no crece y no genera puestos de trabajo (salvo en el sector público)”.
Ante este fenómeno, ¿cuál ha sido la respuesta progresista? Surgieron Uber, Airbnb, o Rappi y la respuesta ha sido similar: los reguladores nostálgicos quieren seguir aplicando fórmulas laborales del siglo XX en lugar de comprender estos nuevos fenómenos y regularlos bien. Porque no se trata de simplemente “dejarlos hacer”. La destrucción creativa que genera la innovación exige un actuar del Estado, que incluye frenar muchos abusos que surgen en el camino y ayudar a quienes “pierden” con el cambio, pero el peor de los mundos es una intervención del regulador nostálgico, que quiere a la fuerza volver el tiempo atrás.
El último ejemplo fue el reglamento para aplicaciones de transporte de pasajeros. Se exigirá a estas aplicaciones que sus conductores cuenten con Licencia “Clase A”, renovar sus vehículos con otros nuevos y una cilindrada mínima de 1.500 cc, dejando fuera vehículos pequeños y menos contaminantes. ¿La razón? Igualar la cancha con los taxis.
El problema es que esta nueva tecnología cambió la industria, y no tiene sentido igualar hacia atrás, hacia 1990. Si se quiere igualar la cancha, se tiene que hacer mirando hacia el futuro, hacia el 2030. Esto implica flexibilizar la regulación de los taxis, pero no impedir que la nueva forma de transportarse que ya se instaló deba desaparecer.
Un riesgo similar estamos viviendo en el campo laboral. El ecosistema de aplicaciones opera bajo un modelo que se repite en muchos sectores, plataformas que conectan a usuarios con trabajadores independientes. Así vemos plataformas de mudanza, gasfitería, venta de productos, y otros. El regulador nostálgico va a querer transformar a estos trabajadores independientes en funcionarios de una multinacional, y en víctimas de su codicia. La realidad es que el modelo ha sido atractivo justamente porque quienes participan de él valoran la independencia que les da, misma independencia que el regulador nostálgico está presto a quitar.
Las cifras de desempleo en Chile son muy malas. El 9% de desempleo que indican las cifras oficiales llega a casi un 14% si se incluyen a las personas que no han podido recuperar el trabajo que perdieron con la pandemia. Estos negocios rupturistas proveen muchos puestos de trabajo, y la insistencia del regulador nostálgico de volver al pasado puede agravar la compleja situación de un país que no crece y no genera puestos de trabajo (salvo dentro del sector público). Todo nostálgico tiene que despertar de su ensoñación en algún momento, pues vivir en el pasado puede generar que la modernidad le pase por encima.